Por Colectivo el Clan de Moro.
Publicado originalmente en periódico Insurgencia.
La globalización, entendida como una fase dentro de la evolución del sistema capitalista, se caracteriza por la expansión del modelo neoliberal, la desregularización de los Estados y la desarticulación de las fronteras nacionales frente a grandes empresas y proyectos transnacionales, entre otros aspectos. A pesar de que se han generado efectos negativos innegables en el planeta, existen quienes defienden este proceso económico, enalteciendo los beneficios del sistema y su modelo de desarrollo, argumentando que trae progreso y aumento de la calidad de vida (esto según sus propios indicadores y mediciones estandarizadas), bajo la premisa de la apertura del mercado y la oferta de puestos laborales. Por otro lado, nos encontramos sus detractores, quienes apelamos a los efectos negativos que el modelo ha generado tanto desde lo medioambiental como a nivel sociocultural, los cuales se pueden resumir principalmente por las grandes desigualdades entre la población “popular” y las familias poseedoras de grandes capitales, sumado al deterioro medioambiental provocado por la producción industrial global. La manera en que occidente se ha relacionado con el medio ambiente se ha posicionado durante siglos como el modelo dominante y válido de relación ser humano-naturaleza. Sin embargo, vemos que a medida que transcurren los años esta relación particular se ha tornado en un proceso de destrucción progresiva del equilibrio que permite la existencia de vida en el planeta Tierra.
Aun cuando es imposible idealizar la relación que los pueblos no occidentales han mantenido con su entorno – al estilo del mito del “buen salvaje” de Rousseau – sí se puede afirmar que desde que los seres humanos habitamos la tierra creando cultura y conviviendo con el medio ambiente, la crisis ecológica que actualmente nos aqueja es un fenómeno generado en los últimos dos siglos.
Es así como tenemos que desde la racionalidad filosófico-científica moderna, se ha generado un modelo de relación con la naturaleza denominado antropocentrismo tecnocrático. Según este patrón, la naturaleza es objetivada y vista como objeto de dominación: recurso económico que satisface las necesidades ilimitadas del ser humano. Para ello se han creado técnicas e instrumentos de intervención que han permitido el “progreso y desarrollo”[1] de las sociedades humanas en desmedro de sí mismas y del entorno natural. Este modelo funciona a partir de la primacía de lo económico sobre otros ámbitos del mundo cultural. Desde esta lógica vemos cómo se han explotado, no sólo los ecosistemas, sino también las propias comunidades humanas (sobre todo en América Latina, Asia y África) convertidas en mano de obra barata y principales receptores de los impactos del deterioro medioambiental.
En América Latina esta realidad no difiere de otros territorios donde se ha impuesto el modelo neoliberal, y si bien las poblaciones “populares” han sufrido sus efectos negativos, ha sido mayoritariamente la población indígena la que muestra niveles más elevados de carencias sociales y económicas en comparación al conjunto de la sociedad o de la población. Estos efectos se reflejan principalmente en elevados índices de pobreza, malnutrición, explotación laboral, analfabetismo, sumado además a la discriminación, racismo, migración o desplazamientos forzados.
En Chile por ejemplo, se generan profundas desigualdades en las que priman el racismo y clasismo socioambientales: la construcción de viviendas sociales sobre humedales o el aumento de las condiciones de vulnerabilidad social de las comunidades expuestas a la contaminación por la instalación de complejos industriales, como el caso de la Corporación Nacional del Cobre (CODELCO) en Ventanas, de la Región de Valparaíso y plantas termoeléctricas en las localidad de Coronel, en la Región del Biobío, las llamadas “zonas de sacrificio”. Ambas regiones cuentan con amplia organización social que se manifiesta activamente por el cierre definitivo de estos nefastos complejos industriales.
El pueblo mapuche es un ejemplo de concreto de los efectos negativos de la globalización en cuanto a indicadores de pobreza, incorporando también elementos como la prisión política de dirigentes mapuche, sumado al asesinato de comuneros por parte de agentes del Estado, como represalia por el levantamiento de la sociedad mapuche y algunas políticas autonomistas, por la defensa de los espacios sagrados y por reivindicar un territorio ancestral, que actualmente se encuentra usurpado por el Estado y por grandes empresas transnacionales que se manifiestan en la instalación de vertederos, empresas forestales, salmoneras e hidroeléctricas en territorio mapuche. Pero son también otros pueblos los que han visto los desastres medioambientales y sociales de los grandes proyectos transnacionales, como lo es el pueblo Aymara y otros pueblos andinos quienes han visto destruido su territorio por el avance de la megaminería. El impacto de estas prácticas, llevadas a cabo en forma represiva y violenta, provoca un desarraigo cultural enorme, asociado a la migración forzada del campo a los centros urbanos en condiciones de miseria, la pérdida de espacios de reproducción de las prácticas tradicionales en torno a la alimentación, el cultivo, el intercambio de productos, entre otros.
Ciertamente, muchas de las condiciones de vida de los indígenas han sido arrastradas a este modelo económico. Se trata de pueblos y culturas que primeramente no responden a las lógicas tanto sociales, culturales y económicas del mercado tan fuertemente establecidas por el neoliberalismo. Esto con lleva a la pérdida del conocimiento social y cultural acumulado respecto de las formas ancestrales de relación con la naturaleza, conocimientos tradicionales y saberes relacionados, con la agricultura o la medicina entre otras.
Además de la explotación de los recursos naturales, la desregularización del Estado en temas económicos, las políticas de la privatización de los servicios básicos como efectos del neoliberalismo, han dejado en un contexto de desamparo y desprotección legal a los pueblos que han visto surgir o desarrollarse grandes proyectos extractivistas en territorios indígenas.
Pero a pesar del desolador panorama que presenta el neoliberalismo en el medio ambiente y en la población, bajo esta realidad, no han sido poco los pueblos indígenas que se han alzado en contra del sistema económico actual. Una muestra de aquello son las numerosas revueltas y levantamientos que se han sucedido desde inicios de la década de los 90. Un importante ejemplo es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional o EZLN, que en su Tercera Declaración de la Selva de Lacandona de Enero de 1995, declararon abiertamente a la comunidad nacional (México) e internacional, el rechazo que generaba el sistema neoliberal en los pueblos indígenas de Chiapas: “Este año que termina, 1994, acabó de mostrar el verdadero rostro del sistema brutal que nos domina. El programa político, económico, social y represivo del neoliberalismo ha demostrado su ineficacia, su falsedad y la cruel injusticia que es su esencia. El neoliberalismo como doctrina y realidad debe ser arrojado, ya, al basurero de la historia nacional.” Pero anterior a esto, a inicios de la década de 1990, el escenario que se le presentaba al mundo indígena, se cent raba bajo 2 elementos. Por una parte, la celebración de los 500 años del descubrimiento y la aplicación de políticas neoliberales en Latinoamérica. Durante los 500 años desde la llegada de los conquistadores europeos, se inició un proceso de construcción de una “América sin el indígena”, desde el discurso hasta la práctica, se repetía una firme intención de ocultar todo lo indio. Esta práctica se mantuvo durante todo el periodo colonial y se prolongó con la llegada de los procesos de independencia. La conformación de los diferentes Estados nacionales, se basaron en la idea de la creación de Estados unitarios, incorporando forzadamente a los pueblos que se encontraban dentro de las nuevas fronteras que se comenzaban a delimitar.
Ya a mediados de la década de 1980, la incipiente idea de expansión del capitalismo a un nivel global, tenía como principal afectados a la población indígena, ya que su incorporación a las nuevas lógicas de mercado, pasaban de la negación, a la figura de consumidores sin derechos ni individuales, ni colectivos, por tanto, la incorporación de la población indígena de la economía neoliberal, llevó a la consagración definitiva de esta idea de negación y segregación de lo indígena. Producto de siglos de negación, al llegar la década de 1990, cualquier expresión indígena se asociaba por lo general a reacciones de incomodidad o rechazo de parte de las esferas del poder político y de la sociedad criolla en general.
Es así que, al cumplirse los 500 años de la conquista, mientras que la sociedad post-colonial se disponía a celebrar la gran hazaña española, el mundo indígena se levantaba y organizaba en una serie de demandas y reivindicaciones. Los casos más significativos de organización y representación, en esta época, fueron los indígenas en Ecuador, quienes el año 1990, formaron la CONFEDERACIÓN DE NACIONALIDADES INDÍGENAS DE ECUADOR (Conaie) quienes, organizados y congregados, levantaron 16 demandas que se centraban en identidad, territorio y derechos colectivos.
Son así también las marchas indígenas en Bolivia (1990), que movilizaron a miles de indígenas pertenecientes a distintos pueblos, quienes lograron ser de los primeros en obtener reconocimiento de territorios indígenas en toda Latinoamérica. Por tanto, el levantamiento indígena que fueron en su momento un grito de rechazo contra una sociedad colonial y un modelo económico neoliberal, fue y es en la actualidad una expresión de rebeldía, valentía y por sobre todo una expresión de esperanza, para poder pensar en otro mundo, donde la dignidad de los pueblos este en el reconocimiento del otro, en su identidad, derechos, medioambiente libre de contaminación, territorio, justicia y por sobre todo en la libertad. Que la sociedad, la política y la economía, nunca más se construyan bajo la negación, la segregación y subyugación del otro.
Notas:
[1] Entenderemos el concepto de desarrollo occidental según la definición del antropólogo colombiano Arturo Escobar (1996), quién lo define como: la predominancia de un modelo surgido después de la segunda guerra mundial. Este modelo que hoy conocemos como desarrollo no fue natural ni inevitable, es una invención producto de una experiencia histórica singular que divide a las naciones en desarrolladas y subdesarrolladas (todas aquellas que no se ajustan al modelo dominante de urbanización, progreso técnico, individualidad y racionalidad); en Escobar, A.; La invención del tercer mundo: Construcción y reconstrucción del desarrollo, Editorial Norma, 1996.
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