[Artículo del boletín Sedición nº1, abril de 2020. Publicación de la Asamblea Libertaria Cordillera]
¿Qué esperaban que sucediera? Es la pregunta con que iniciamos esta reflexión. Para estas fechas ya podemos perfilar lo que muchxs sabíamos que ocurriría respecto a la propagación del coronavirus en Santiago. No hace falta recordar quiénes trajeron el virus ni dónde comenzaron los contagios, pero sí resulta necesario volver sobre las circunstancias bajo las cuales la pandemia se ha desarrollado, pues resulta ineludible el hecho de que la actual situación tiene un fuerte componente de clase.
Para empezar, la situación no sería tan problemática si el virus se hubiera quedado en las comunas endogámicas y no hubiera salido de ahí. Históricamente, lxs mismxs habitantes de estos sectores se han aislado geográficamente del resto de la población como una forma más de demostrar y exudar privilegios, conformando una burbuja social en la que bien podrían haberse quedado e infectado entre ellos hasta desaparecer. Pero no, resulta que nos necesitan para hacer funcionar su burbuja. Sin una clase a la que explotar, la clase dominante no podría acumular riqueza ni mantener su estilo de vida lleno de excesos, como ya se ha repetido hasta el cansancio. Sin nuestro trabajo, no podrían configurar aquella normalidad enfermiza que hemos intentado abandonar desde octubre.
En ese contexto, resultaba más que esperable que al obligarnos a hacer funcionar la máquina capitalista termináramos propagando nosotrxs mismxs la enfermedad, exponiendo a nuestras familias, vecinxs y comunidades. Fue así como a fines de marzo ya contábamos 45 contagiadxs en Puente Alto, dentro de lxs cuales no puede dejar de mencionarse un caso confirmado en la cárcel de la comuna, siendo la población penal una de las más expuestas a contagio masivo dadas las miserables condiciones de encierro inherentes atodas las prisiones. Sumado a eso, dos semanas después contamos con seis funcionarias de la salud contagiadas (y otras tantas más en observación) a causa una colega que lamentablemente no pudo contra esos impulsos canutísticos que llevan a unx a buscar templos llenos de gente para profesar una fe tóxica, misantrópica y desconectada de cualquier realidad social y política. Para el remate, una delirante cuarentena parcial atraviesa la comuna de norte a sur, y si bien no hace mucho sentido separar entre pobres y más pobres (como si la dignidad fuera cuestión de grado), sí se observa una precarización más insoportable en el sector poniente de la comuna.
¿De qué sirve todo esto si igual hay que ir a la Plaza o a su burbuja a trabajar? Nos vemos en la obligación de salir de nuestros hogares porque para ellos hay que producir, para nosotros hay que comer, y ciertamente es en vano esperar comprensión de su parte. ¿De qué sirve la cuarentena si las condiciones de encierro precarizan tanto o más que la normalidad que nos imponen?
Al final, lo único que tenemos es a nosotrxs mismxs y nuestra solidaridad de clase. A ellos nunca los hemos necesitado, y esta no será la excepción. ¿Qué hacer, entonces? Cuidar de nuestrxs cercanxs, organizarse con lxs vecinxs y velar por el bienestar de nuestra comunidad. La precariedad se hace notar en estos tiempos, y sólo a través de redes comunitarias podremos sostenernos. Algunas asambleas territoriales ya han entendido esto y comienzan a observar dónde hace falta el apoyo mutuo, y trabajan para organizar redes de abastecimiento. Bello horizonte es alcanzar mediante la solidaridad la autonomía alimentaria de nuestras comunidades, pues es el primer paso para construir un mundo nuevo y dejar atrás a esta pandemia y a quienes la trajeron.
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