Nota: Por motivos de cuarentena y divulgación de luchas proletarias pasadas, el compañero Ignotus nos compartió su último trabajo. Esta vez sobre la agitadora Carmen Serrano. Esperamos que gusten de la lectura.
“Siempre se ha hablado de “Los Subversivos” y pocas, o nunca, de “Las Subversivas”. Carmen Serrano fue una de ellas. Durante las grandes Huelgas en la Zona del Carbón, donde los niveles de conflictividad social llegaban a expresarse en choques violentos entre los obreros y los sicarios pagados por la compañía carbonífera, esta mujer se internaba en las minas, disfrazada de hombre, llevando los mensajes de las organizaciones obreras, la solidaridad de clase. Destacaba como oradora y comprometida trabajadora social y cultural. Su forma de vida incluso le llevo a asumir una manera libre de vivir el amor, cuestión que para algunos obreros de entonces se tradujo en una ofensa, motivo por el cual fue alejada del reciente Partido Comunista”
Compartimos la silueta histórica de Carmen Serrano, por Manuel Lagos Mieres:
Las Agitadoras de la zona del carbón.
Tanto en la zona del carbón (Coronel, Lota) como en las ciudades aledañas de Concepción, Talcahuano y Penco, las mujeres tuvieron protagonismo indiscutido en las luchas sociales de principios del siglo XX, y sobre todo durante el periodo álgido de movilizaciones entre 1918 y 1922, en que se generaba una situación de guerra social entre las empresas mineras, que no dudaron en rodearse de una jauría de guardias privados, sicarios que actuaban en complicidad con las fuerzas mandadas por el Estado. Los periódicos locales daban cuenta cada semana de algún enfrentamiento entre los obreros y las fuerzas de orden; eran frecuentes también los asesinatos, ajustes de cuentas o denuncias de abusos de diversos tipos, todo lo cual daba a esta lucha minera ribetes intensos y dramáticos. Sorprende, al revisar la prensa obrera local, encontrarse con tal cantidad de flagelaciones, golpizas, tiroteos, muertes y funerales. Las mujeres no estuvieron ajenas a la represión y humillaciones que se generaban cotidianamente, por ejemplo, “Claudia Pinto…en junio de 1919, por no haber despachado la leña antes de medio día, la tomó el jefe por mal avenida y se la quitó. Por reclamar, la mandó a la Tenencia; de ahí al Cuartel de Policía del Establecimiento, haciéndola alojar en esa prisión, teniendo menos de 40 días la guagua que criaba. La obrera Sofía Henríquez fue flagelada y atropellada por el guardián Rebolledo en la misma Quincena de dicha compañía, dejándola con la blusa y manto que vestía hecho pedazos. Su compañera, Herminia Valencia, también fue flajelada y atropellada por el ayudante Villarroel y dos guardianes. En tanto que Rosa Oñate, atropellada por el sargento Flores por entrar a favorecerse del sol en la casucha donde ponemos las canastas para la mina. Dejaban entrar sólo a las de su agrado”
Y así… las injusticias y abusos eran cotidianos, y ello, sin duda, tuvo repercusiones en los llamados a organizarse por parte de las entidades obreras. A las sociedades de socorros mutuos, “Ilustración de la Mujer”, “Luz y Progreso”, “Hijas del Trabajo”, se sumaron otras instancias organizativas. Se formó un Consejo Femenino de la Federación Obrera de Chile, y luego el Centro La Chispa, en donde incidían tanto socialistas como anarquistas.
En un llamado al “despertar de la Mujer”, Guacolda, arengaba a las “compañeras” a organizarse si queréis ser respetadas, si queréis ayudar a vuestros esposos, hermanos e hijos en la lucha proletaria… Si queréis ver llegar pronto el día, que con ansias esperamos entre las luchadoras y luchadores, ese día en que se deje sentir la voz de la razón y de justicia que por medio de nuestra unión, que es lo que tenemos que ganar para cobrar la sangre que nos estruja la burguesía…
Así el discurso pro emancipación de la mujer prendió como nunca se había visto en la región, alcanzando niveles inusitados de organización femenina, lo que a su vez se traducía en este protagonismo antes dicho. Varias mujeres llegaron a ocupar altos cargos en la dirigencia local y algunas ciertamente desempeñaron un cometido verdaderamente heroico.
Cuando, hacia 1920, en circunstancias que se encontraban muchos líderes obreros tras las rejas y perseguidos, y habiendo rodeado las Compañías Carboníferas de militares las minas y recintos de trabajo a manera de mantener incomunicados a los obreros, fueron mujeres como Carmen Serrano González y Delfina González quienes asumieron el peso de la organización. Iban de campamento en campamento, unas veces disfrazada de ginete otras de vendedoras ambulantes, llevando los mensajes del Comité de huelga, motivando a los alicaídos obreros, llevando alguna medicina o lo que fuera necesario para continuar la lucha, derramando a la vez impresionantes arengas públicas en las distintas plazas de la región. En el caso de Delfina, fallecida tempranamente en 1922, “estremecía de entusiasmo a los mineros, ella alentaba a los desanimados, ella entusiasmaba a los espíritus titubeantes”. Cada discurso suyo era una espléndida lección de energía. Nunca, mujer alguna en nuestro país, había demostrado un carácter tan definido y un espíritu tan fuerte, diría un periodista obrero al recordarla con emoción.
A tal grado llegó la labor agitativa de estas mujeres en la zona, que la Compañía carbonífera, durante la huelga, ofreció 5 mil pesos por sus cabezas. Carmen Serrano fue acusada de subversión, y encarcelada ese sangriento y convulsionado año 20’. Y al parecer, Delfina, quien inspiró pasajes de una obra literaria de los obreros del carbón, también conoció las mazmorras del Estado.
Por ello y más, decía este periodista obrero, “merece encerrarse en un marco especial el relato de las actividades femeninas que los obreros mineros huelguistas en 1920 tuvieron a su favor, pues es posible que cuando se escriba la historia de la lucha del proletariado…, los nombres de muchas mujeres ocuparán un sitial de honor en la historia del proletariado organizado”. Ello hasta el día de hoy no ha llegado a concretarse en nuestra historia social, obsesionada más bien en otros luchadores sociales (principalmente Luis E. Recabarren), y focalizada en otros sujetos históricos, no obstante, hacia ello apuntamos, recordando a estas mujeres, aunque no fueron las únicas. Nombres como los de María Ferrada, María Esther Barrera, María de la Cruz Mendoza, Esther Sanhueza, Juana Franco, Mercedes Ramírez, Orfelina Díaz, Ernestina Pedreros, Tránsito Mora, Tolentina Orellana, deben aún llenar las páginas de nuestra historia social.
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